Un buen cinéfilo tiene grabada a fuego la escena de Robert de Niro en Taxi Driver. Esa conversación que mantiene consigo mismo frente al espejo, que sirve de punto de partida en un precipitado viaje hacia los infiernos. Algunas canciones de Sabina, bien podrían ser la sinopsis (cuando no el guión completo) de un clásico del cine. Ciudadano Cero es una de esas canciones, podría haber formado parte perfectamente de la banda sonora del filme de Martin Scorsese.
Tratándose de un reflejo de la sociedad más urbana posible, centrada en la figura de un personaje sombrío y oscuro, la presencia de Joaquín como narrador no es nada extraña. Alguien que ha vivido en primera persona el ambiente de las barras de los bares que están a punto de cerrar, los hostales donde se hospedan personas de todo tipo, las farolas que sirven de apoyo para los estragos que hacen las últimas copas… tiene licencia más que de sobra para cantar esta historia.
“Sé de nuestro amigo
lo que andan diciendo
todos los diarios.
Está usted perdiendo
su tiempo conmigo,
señor comisario.”
El ciudadano cero es un completo anónimo para todo el mundo, pero más todavía para la sociedad que cumple a rajatabla los cánones de perfección. Sin embargo, llega un momento en el que salta a un efímero estrellato, para desgracia de muchos. Si los tiempos oscuros suelen provocar la aparición de falsos profetas, en este caso la profecía la hemos visto cumplirse en nuestros telediarios en reiteradas ocasiones. A pesar de lo común de la historia, la forma en la que describe a este individuo si que es única:
“Era un individuo
de esos que se callan
por no hacer ruido,
perdedor asiduo
de tantas batallas
que gana el olvido.”
No hay que ir demasiado lejos para encontrarnos con personas que hacen del olvido una forma de vida, llegando a un punto en el que resultan sospechosas e incluso un tanto peligrosas. Suelen hacer intentos, mayoritariamente en vano, por introducirse en esa sociedad correcta, o “normal” como acostumbramos a calificarnos. A medida que acumulan fracasos se van encerrando más y más en su burbuja particular, haciéndose más raros de cara al exterior y provocando que seamos cada vez más reacios a mantener algún tipo de relación con ellos. Suele ocurrir que todo el mundo se pone de acuerdo, de forma silenciosa e inconsciente, en obviar su presencia para poco después olvidarlos por completo.
“Nunca dio el menor
motivo de alarma,
señor comisario,
nadie imaginó
que escondiera un arma
dentro del armario.”
Resultan curiosas las declaraciones que siempre se oyen tras un suceso tenebroso protagonizado por algún ciudadano cero. “Nunca dio el menor motivo de alarma”. ¿Alguien se preocupó si quiera por su existencia? Es muy difícil predecir lo que va a hacer alguien al que ignoras profundamente y evitas en todo lo posible, no vaya a ser que te toque el marrón de tener que quitártelo del medio. Sin embargo, raudos y veloces aparecen los juicios de valor sobre ellos. Aparecen doctores en psicología en menos que canta un gallo y se atropellan los mismos tópicos absurdos de siempre. Todo sea por rellenar conversaciones que no llegan a ningún sitio.
“Aquella mañana
decidió que había
llegado el momento.
Abrió la ventana
rumiando que hacía
falta un escarmiento.”
Nunca es bueno subestimar a nadie, porque el paso siguiente es bajar la guardia, y es aquí cuando de verdad te sorprenden y te quedas sin poder de reacción. Esto ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en numerosos ámbitos de la vida. En el lado positivo son calificados como “revelación” o “sorpresa” y son bienvenidos para todos; estos suelen venir acompañados de oportunistas del tipo “Yo estaba ahí cuando nadie lo apoyaba, supe ver su talento”. En el lado negativo, tenemos al protagonista de esta canción, y los oportunistas que aparecen esta ocasión son del tipo: “Se veía venir, yo no quería decir nada pero en el fondo lo sabía…”.
“Cargó la escopeta,
se puso chaqueta,
pensando en las fotos.
Hizo una ensalada
de sangre, aliñada
con cristales rotos.”
Alguien dijo alguna vez que todo el mundo se merecía tener sus 10 minutos de gloria. De una forma u otra todos nos las apañamos para conseguirlos, bien sea para un motivo noble bien sea para todo lo contrario. Por eso nuestro ciudadano cero no duda un segundo en esbozar la imagen dejará para la posteridad, y no vacila en el momento de elegir una chaqueta que le haga un favor estético. Con su plan perfectamente trazado, lleva a cabo su sangrienta misión. Con una precisión casi profesional hace una matanza ante la cuál nadie, salvo los oportunistas, podía imaginarse (pero siempre a posteriori).
“Cuando lo metían
en una lechera,
por fin detenido,
“ahora -decía-
sabrá España entera
mis dos apellidos”.”
Después de su “hazaña” llegan los mencionados minutos de gloria, esos en los que se suelen dejar frases para la posteridad. También suelen dejar imágenes que nos impactan a todos y nos invitan a reflexionar. Demasiado nos preocupamos por mantener nuestra vida social lo más saneada posible, atendiendo a los cánones que alguien, que no sabemos muy bien quién es, nos impone; sin darnos cuenta de las víctimas potenciales que vamos dejando a nuestro paso. Resulta muy bonito hacer obras caritativas de cara a la galería, para que todo el mundo vea lo bondadoso que eres y te felicite por ello al tiempo que tu ego se va agrandando hasta límites insospechados. El que quiere ayudar de verdad, se preocupa por lo que tiene más próximo, aunque sea algo que “no venda” y no tenga la recompensa esperada.
“Ciudadano cero,
¿qué razón oscura te hizo salir del agujero?,
siempre sin paraguas, siempre a merced del aguacero.
Todo había acabado cuando llegaron los maderos.”
Aunque no nos paremos casi nunca a pensarlo, estamos rodeados de ciudadanos cero. Personas a las que no conocemos, ni nos molestamos en intentarlo, pero que acaban sorprendiéndonos. Como ya he comentado, también tenemos la cara amable de ellos, los que nos sorprenden para bien. Sin embargo se ven ensombrecidos por aquellos que oprimidos por el aislamiento al que se ven sometidos, deciden salir de sus agujeros arrasando con todo, para que sepamos de su existencia.
Se comenta por ahí que esta es una de las canciones preferidas de Joaquín. La verdad es que forma parte de un pequeño grupo que se podían catalogar como “mini-novelas”, en las que otorga protagonismo a aquellas personas anónimas que pueblan nuestras ciudades.