La genética hay veces en las que juega un papel determinante, y otras en las que pasa de puntillas totalmente. Estoy hablando de aquellas personas que tienen un don especial para cualquier arte, en este caso hablo de la música, y la forma en la que sus descendientes toman el testigo o no. Hay veces en las que nos intentan meter con calzador al hijo o la hija de, donde lo único que tiene en común con el arte de sus padres es el apellido. Sin embargo, hay otros casos donde parece que la herencia no se limita a los bienes tangibles, elevándose su valor hasta límites insospechados ya que lo que se da es una fuente inagotable de talento; algo mucho más valioso que cualquier cuenta bancaria. Ejemplos como estos también son muy comunes en el mundo del deporte, familias que se han convertido en sagas legendarias de deportistas o auténticos fiascos que nos intentaron vender como sucesores de.
Evidentemente en esta ocasión voy a hablar del primer caso, de los que han heredado los dotes de sus progenitores. En esta ocasión por partida triple, ya que estoy hablando de la familia Flores. Tanto Rosario, Lolita como Antonio tomaron el testigo de La Faraona y cumplieron con creces dentro del panorama musical de nuestro país. Últimamente es Rosario la que está deleitándonos más con sus últimos discos donde versiona temas clásicos de otros artistas. Como no podía ser de otra manera, Sabina forma parte de ese repertorio tan selecto; y aporta la canción que más vinculación tiene con la familia, Pongamos que hablo de Madrid.
El caso de esta canción es cuanto menos curioso, y útil también, os voy a contar por qué. Existe una leyenda urbana diría yo a su alrededor. Hay mucha gente que piensa que la canción es de Antonio Flores…NO, rotundamente falso, bien es cierto que Antonio fue el primero en lanzarla al éxito con su versión rockera; pero la autoría corresponde al flaco de Úbeda, a la vez que la melodía corrió a cargo de Antonio Sánchez. Sin embargo, esto es bastante útil en determinados momentos.
En más de una ocasión me he cruzado con algún Sabinero, y al instante de confirmarle que yo comparto sus gustos musicales, me ha soltado alguna fanfarronada del tipo “Bah, yo soy mucho más Sabinero que tú”, o “Nadie sabe más de Sabina que yo”. Ya sabéis cual es mi opinión acerca de los grados de Sabinismo… Bien, pues en el transcurso de esa conversación siempre sale la pregunta típica ¿Cuál es tu canción favorita?. Aunque también conocéis cual es mi respuesta a dicha pregunta, en esos casos suelo responder que “Pongamos que hablo de Madrid” (con bastante intención). Justo en ese momento es cuando la persona en cuestión queda retratada al contestar “¡Pero si esa canción es de Antonio Flores!”.
Bueno, retomemos el hilo de la entrada, que me estoy yendo por los cerros de Úbeda (nunca mejor dicho). Tanto Antonio como Rosario le dan un matiz diferente a esta joya de canción, uno llevándola a su lado más rockero y la otra dándole una armonía y una dulzura digna de su registro vocal. Hace unos años ya se marcó un dueto inolvidable con Joaquín en el Concierto Aniversario de Los 40 Principales. Fue un momento mágico, ya que Joaquín llevaba muchos años sin cantarla y además sirvió como tributo al malogrado Antonio.
En esta ocasión es Rosario en solitario la que toma el testigo de su hermano y la incluye en su último disco “Cuéntame”. Lo hace sin perder la esencia rockera que le dio Antonio. Esta es una de las canciones que se convierten en himnos, porque resisten estoicamente al paso del tiempo sin perder vigencia en cada uno de sus versos. Personalmente, es una de las canciones que nunca me cansó , y me atrevo a decir que no la haré nunca, de escuchar.
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