“Algunas veces vuelo
y otras veces
me arrastro demasiado a ras del suelo.”
Si la vida de por sí ya es una montaña rusa, en la que constantemente nos enfrentamos a grandes subidones y a tremendos bajones, a momentos en los que todo pasa a mil por hora y otros en los que el reloj parece aletargarse; cuando entramos de lleno en el mundo de los sentimientos todo eso se eleva a la enésima potencia. El comienzo de la canción viene a poner sobre la mesa todo eso, la inestabilidad a la que nos vemos expuestos con demasiada frecuencia. Porque hay días en los que parece que todo pinta bien, que tienes el asunto bajo control, que incluso puedes marcar los tiempos a tu antojo; pero luego de repente todo se te escurre de las manos igual que una pastilla de jabón mojada.
“Algunas madrugadas me desvelo
y ando como un gato en celo
patrullando la ciudad
en busca de una gatita,
a esa hora maldita
en que los bares a punto están de cerrar,
cuando el alma necesita
un cuerpo que acariciar.”
Otra constante que nunca podemos quitarnos del medio de tan compleja ecuación, es que cuanto más queremos conseguir algo más complicaciones aparecen. Solamente se fijan en nuestro taxi particular cuando el cartel indica “Ocupado”, pasando totalmente desapercibidos cuando el letrero nos grita “Libre”.
Cuando Sabina dice “algunas veces vivo, y otras veces la vida se me va con lo que escribo” está resumiendo de una forma magistral a la vez que aunando su vida personal con su vida artística (aunque creo que es complicado separarlas). No solamente se le va la vida a él con lo que escribe, también consigue que se nos vaya la vida a muchos con lo que escuchamos y leemos. Cuantas veces no sabemos expresar lo que sentimos en un momento dado, y echamos mano de una de sus letras; porque resume a la perfección lo que nos pasa por la cabeza. Deberíamos estarle eternamente agradecidos por habernos hecho la dura tarea (imposible para muchos), de encontrar algún adjetivo inspirado y posesivo que arañe el corazón de alguien.
“Luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”
En demasiadas ocasiones nos pensamos mucho decir las cosas, nunca encontramos el momento adecuado, siempre pensamos que habrá una mejor ocasión; pero pocas veces caemos en la cuenta de puede que lleguemos tarde. Hay algunos que son náufragos reincidentes de esos mares de incomprensión en los que únicamente hay islas, o más bien peñones, desiertas. Atendiendo no se muy bien a qué razones, no es extraño que las buenas intenciones se confundan con malas artes; que cuando alguien nos tiende la mano mal pensamos que acto seguido nos tirará al suelo, que confundamos un regalo con un chantaje.
“Algunas veces gano
y otras veces
pongo un circo y me crecen los enanos.Algunas veces doy con un gusano
en la fruta del manzano
prohibido del padre Adán”
Dicen que un optimista es un pesimista mal informado. Lo cierto es que hay circunstancias en las que se complica la tarea de pensar que te va a salir cara en la moneda, y acabas por asumir que te la dieron con dos cruces. También es frustrante ver como sólo son tus enanos los que crecen. Eso sí, las veces que se gana se aprecian, se valoran y se disfrutan mucho más.
Siempre es bueno dejar la puerta abierta, o al menos entornada, de lo contrario será complicado que alguien adivine tu presencia e intente entrar. Hay que quitarse de la cabeza eso de “lo que no puede ser, no puede ser…y además es imposible”. Si malo es fracasar, peor es no intentarlo. Si dolorosa es una caída, más hiriente es negarse a volverse a levantar. La historia está llena de imposibles que luego resultaron no serlo tanto. Si las rarezas se aliaron alguna vez en tu contra, por qué no van a hacerlo a tu favor alguna vez.
“Y algunas veces suelo recostar
mi cabeza en el hombro de la luna
y le hablo de esa amante inoportuna
que se llama soledad.”
Esa amante inoportuna llamada Soledad a todos nos ha acompañado alguna vez. Hay ocasiones en las que incluso la buscas y agradeces su presencia, pero hay otras en las que necesitas cambiarla por otra más oportuna, menos común, más especial. Canciones como estas hacen las veces de diván, son el psicoanalista perfecto, ese hombro lunar donde apoyar la cabeza cuando no para de dar vueltas. “Que se llama Soledad” pertenece a ese grupo de canciones inmortales, que por mucho que pasen los años siguen cantando verdades, contando historias tan anónimas como comunes.
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