Como casi todos sabréis, los comienzos musicales de Sabina en nuestro país tuvieron lugar en el sótano de un bar llamado "La Mandrágora". Allí, junto con Javier Krahe y Alberto Pérez deleitaban, entretenían al público asistente (no más de 40 personas). De hecho, su amistad Joaquín Carbonell -el autor del último libro sobre Sabina, con el que tengo el honor de compartir título "Pongamos que hablo de Joaquín" y cuya lectura recomiendo encarecidamente- data de aquella época.
La mayor parte de los artistas comenzaron sus carreras de esta manera, dejándose de caer en pequeños bares. A algunos no les gusta que les recuerden sus inicios, y se avergüenzan cuando les muestran algún vídeo. Con Sabina ocurre todo lo contrario, recuerda la época de "La Mandrágora" con la nostalgia de saber que en aquellos años eran lo más felices que se podía ser. De hecho en la canción que os dejo al final de la entrada, "Mi ovejita lucera" se puede escuchar como están en un ambiente distendido aún a sabiendas de que están grabando un disco.
Esta canción es la que mejor refleja el buen ambiente que se respiraba allí, la mezcla de humor e ironía que desprendían sus letras y los escasos recursos con los que contaban, a saber unas guitarras y unos pitos de carnaval. Es evidente que el estilo de Sabina fue evolucionando con el paso de los años, pero no por ello el recuerdo de "La Mandrágora" se ha borrado, y mucho menos, su influencia. De hecho, en este disco ya está presente la celebérrima "Pongamos que hablo de Madrid", siendo esa una de las versiones que más me gusta de todas las que he escuchado.
Aprovecho la ocasión para invitar a los sabineros que visitan este blog a que escuchen el citado disco de "La Mandrágora" porque es un viaje en el tiempo muy gratificante, además de que allí se cantaban temas muy interesantes a la par que divertidos. "Adivina, adivinanza" es el mejor ejemplo posible, pero esa canción se merece una entrada aparte.