21 enero 2020

Se dejó el corazón en Madrid

Decían Gardel y Le Pera que 20 años no son nada, yo ayer hice una cuenta rápida y me salió que habían pasado justamente dos décadas desde la primera vez que vi a Joaquín Sabina en concierto. En aquella ocasión acudí al Auditorio Municipal de mi pueblo con mi papá y mi tata de la mano. El coche paterno había contribuido mucho a que las canciones de Sabina tuvieran un apartado en nuestro libro de familia.

20 años después me encontraba yendo de camino de nuevo a la llamada de Joaquín, esta vez subiendo a ese Metro a punto de partir que resulta ser la vida madrileña, de esas golondrinas en movimiento a las que los conciertos les hacen una foto fija. Un concierto actúa como un álbum de fotos, que te sirve para recordar las circunstancias en las que te encontrabas (tenemos memoria, tenemos amigos) cada vez que le gritabas a Sabina "dijo...¡Hola y Adiós!". En mi caso, 19 días y 500 Noches sería el pegamento que une todos mis recuerdos Sabineros. Al igual que para otros será Calle Melancolía, Princesa, Peces de Ciudad...

En esta ocasión los pájaros pudieron volar todo lo alto que quisieron, porque no hubo ataduras de presentación de ningún disco. Tal y como ellos mismos afirmaron, hicieron una retrospectiva de sus carreras, y cuando Serrat y Sabina hacen eso; el público asiste a una retrospección de su propias vida anónima, con una bandas sonora muy pública. Porque cuando sus voces hablan de Lucía, Princesa o Comala nuestras mentes comienzan a navegar y cada uno le pone sus apellidos y sus coordenadas.

Nunca había asistido a un concierto de Sabina en Madrid, hasta ahora me había movido por mis lugares de La Mancha y por sus cerros de Úbeda. Era una muesca que me faltaba en mi bombín, y ayer quedó marcada a fuego. Si más o menos tenía claro que esa noche Sabina se iba a bajar en Atocha, redondeó el recorrido por su invivible e insustituible ciudad, cobijándonos a todos "A La Sombra de un León". La preciosa música al piano de Bardagi y la quijotesca historia escrita por el maestro, arrancaron de nuevo las lágrimas de la diosa Cibeles.

Sabina nos tenía convencidos de que en Madrid el mar no se podía concebir, pero cuando Serrat empezó a cantar Mediterráneo os aseguro que allí empezó a oler a brea y jamás una larga noche de invierno (y menuda noche) estuvo tan azul. Los momentos álgidos de los conciertos se pueden medir en muchos decibelios cuando la gente se arranca a saltar, cantar y bailar, pero también cuando el silencio es absoluto. Esto ocurrió cuando Joan Manuel nos cantó las Nanas de la Cebolla, arrullando a 12.000 personas que por momentos fuimos el niño de Miguel Hernández. Nos trajo la luna cuando más preciso era.

"No hay dos sin tres", ese es el título de esta gira, que llevaba oculta una sorpresa. Porque fueron hasta tres las veces en las que se despidieron. Cuando puedes poner la guinda perfecta al concierto como un Mariachi del Tenampa coreando "Y nos dieron las diez", como un domador de circo a golpe de platillo y "Pastillas para no soñar" o como la gente de cien mil raleas que bajan la cuesta de la calle donde terminó la "Fiesta"... ¿Por qué no hacerlo de las tres formas?. Así lo hicieron, nos dieron pagana bendición a todos los asistentes y salimos de allí silbando sus melodías. Sabina lleva muchos años asegurándonos que siempre se le escapa el tranvía que lleva al Barrio de la Alegría. No le crean, ese barrio lo conoce muy bien, son sus conciertos.

Nos dijeron adiós, y el..."ojalá que volvamos a vernos" nos volvió a dejar el alma desnuda y abrazada a una duda. Reímos, lloramos, no sé si como lo hacía Chavela; pero el corazón sí, ese nos lo dejamos en Madrid. 


13 enero 2020

Negra Noche

Luis Eduardo Aute nos señaló que el perdedor era el universo de Sabina. Echemos un vistazo a la definición de universo, es la totalidad del espacio y del tiempo, de todas las formas de la materia, la energía, el impulso, las leyes y constantes físicas que las gobiernan. Ahora desgranemos un poco esos términos que forman parte de la definición.

La ecuación del espacio/tiempo Sabinero se puede despejar con bastante facilidad. El tiempo comienza cuando el Sol se mete en la cuna del mar, y se para cuando insolentemente vuelve a entrar por la ventana. El espacio se circunscribe a la barra del próximo bar que puede servir tanto de oficina como de notaría para firmar un pacto caballeroso. En cuanto a las leyes que gobiernan, se puede afirmar que la única que impera es la del deseo. Y si hablamos de un universo Sabinero, a las constantes físicas siempre habrá que sumarle las químicas.

En resumen, que la noche ocupa el centro del universo, y de ésto ya veníamos advertidos desde hace mucho tiempo. Negra Noche se encuentra en el disco Ruleta Rusa, y resultó ser la profecía del vicio que acabó por cumplirse (o no). Los cuatro primeros versos se podrían haber esculpido en piedra porque han resultado ser las tablas de la ley para Joaquín.

"La noche que yo amo es turbia como tus ojos,
larga como el silencio, amarga como el mar.
La noche que yo amo crece entre los despojos,
que al puerto del fracaso arroja la ciudad."

Es una canción que sabe a aguardiente, que huele a humo y te dibuja un escenario en el que podrían actuar varios de los personajes del cancionero de Sabina. En ese puerto del fracaso tienen su amarre el macarra de ceñido pantalón, el explorador, el capitán de su calle, el ciudadano cero, el menor de los tres chicos y hasta el hijo de un Dios. Si los primeros versos se debían esculpir, el octavo se debería tatuar para que perdurase como un recuerdo de su pasado bucanero. "La noche que yo amo, no amanece jamás".

"La noche que yo amo tiene dos mil esquinas,
con mujeres que dicen: "¿Me das fuego, chaval?".
y padres de familia que abren sus gabardinas
la noche que yo amo no amanece jamás."

La paternidad de esta canción está compartida entre Joaquín Sabina e Hilario Camacho, de hecho existe una versión del propio Hilario con cambios sutiles en la letra y sustanciales en la música. Creo que esta es una de las canciones que han quedado olvidadas en la carrera de Sabina, no tenemos ninguna versión en directo de la misma y se ha escapado de los diversos tributos realizados al maestro. Tratándose de una declaración fundamental de los derechos Sabinianos, creo que se merecería volver al estudio de grabación y que la voz rota de Joaquín diera fe de las veces que le dejaron entrar en esos sótanos oscuros.

"La noche que yo amo es un sótano oscuro,
donde van los marinos que quieren naufragar.
Hay siempre algún borracho sujetando algún muro,
llamas de madrugada y te dejan entrar."

En estos primeros años de los 80, era cuando Joaquín podía permitirse sentarse en el rincón de un bar y ponerse a escribir canciones. Igual que tenemos en mente la imagen de un pintor sentado enfrente de un lago, plasmando el paisaje sobre el lienzo, Sabina capturaba ese plano secuencia en el que los locos de atar salían a bailar bajo un chaparrón de notas más o menos afinadas. Estas noches negras muchas veces deparan guiones que arrasarían con los Óscar al mejor guión original, están plagadas de actores secundarios que en cualquier momento pueden adquirir el papel protagonista.

"Los profetas urbanos salen de sus guaridas,
cuando la noche calza sus botas de metal.
Y bailan abrazados el loco y el suicida,
la noche que yo amo no amanece jamás."

Si a lo largo de la canción se nos ha ido hablando de la noche en tercera persona, en el estribillo se detiene y le habla de tú a tú, mostrándole sus respetos y reproches. Volviendo a ella sin importar las veces que haya salido de allí apaleado, obviando la cuenta de las noches que pasaron de ser negras a ser perdidas. Si de la letra se podría desprender de manera implícita un olor denso a humo, de forma explícita nos lo mezcla con el intenso olor a pachuli. A mi me gusta imaginar que en estos personajes que se adivinan en Negra Noche, se encontraba la Magdalena. Ya sabéis, esos personajes secundarios que en algún momento les llega su papel principal.

"Negra noche, no me trates así,
negra noche, espero tanto de ti.
Noche maquillada, como una maniquí,
noche perfumada, con pachuli, con pachuli." 

01 enero 2020

Feliz Año Nuevo

El año 2019 llegó con 70 velas a soplar por Joaquín Sabina. Poco después nos llevó hasta la trimilenaria ciudad de Cádiz, en la que nuestro más querido Pirata Cojo nos confesó que de entre todas las vidas en las que le gustaría colarse se encontraba la de "Chirigotero en Cádiz".

Con la llegada de la Primavera vino su participación en el VII Congreso de la Lengua Española, donde nos recordó que la mayor patria que tenemos es precisamente nuestra lengua. Este año también fue el de su regreso a los escenarios, de la mano de su primo Joan Manuel Serrat, empeñados en echarles un fuerte pulso a los Rolling Stones en eso de dar su "último recital".

El año se cerró con un disco tributo tan heterogéneo como lo es la familia Sabinera. Allí Robe Iniesta nos enseñó que había otra manera de silbar por la Calle Melancolía. El año 2020 hará que Sabina se baje de nuevo en Atocha y que las canas de ese niño que envejece en Madrid se vuelvan a teñir en el escenario de su ciudad invivible pero insustituible. Ya sólo faltan 19 días para que se vuelva a cumplir el deseo de "ojalá que volvamos a vernos" del último concierto al que asistí, una noche de verano de 2017 en Úbeda.