Más amigo de Paterninas, Nicotinas y Josefinas que de pastillas para no soñar, Joaquín Sabina sigue sin cansarse de celebrar su supervivencia. Hace un año su cumpleaños fue bastante accidentado, pero acabó convirtiéndose en una muesca más de su revólver y un nuevo capítulo en la leyenda de su mala salud de hierro.
Un año verdaderamente raro, en el que vio como a todo el mundo le robaron el mes de Abril, las ciudades se llenaron de largas noches, calles frías, factorías detenidas y coches que dejaron de arrancar. Solamente faltó que en verano no cesara de nevar.
Un año verdaderamente duro, en el que la muerte de varios amigos le dolió mucho más que la que acostumbra a rondarle. Se marchó su gran amigo Aute, presente en sus primeras actuaciones en La Mandrágora y testigo de su consagración en el Teatro Salamanca. Se marchó Pau Donés, alquien que también paseó por su Calle Melancolía al tiempo que era capaz de agarrar con fuerza el tranvía hacia el Barrio de la Alegría. Y su alma argentina se quedó desolada al tener que despedirse en poco tiempo de sus Dieguitos y sus Mafaldas.
Un año verdaderamente feliz, en el que se casó con su Rosa de Lima. Jimena ha sido pieza fundamental durante muchos años en la vida de Joaquín, y la gran artífice de su felicidad doméstica y del aclarado de las nubes negras que lo asolaron a principios de siglo.
Pero este convulso año no le ha impedido seguir componiendo, y nos regaló junto a su fiel escudero Leiva, un canto al espíritu de resistencia del que han hecho gala todos los atléticos y que Joaquín ha abanderado. Por muchos años más ¡¡Felicidades Joaquín!!.
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