La calle y la noche son dos términos innegociables en un contrato Sabinero, en ese espacio tiempo se gestaron sus mejores canciones. A los reporteros de guerra los mandan muy cerca de la primera línea de fuego para que sus crónicas tengan ese toque de autenticidad que las diferencie de una mera exposición de los hechos. Joaquín Sabina fue ese correponsal durante muchos años que se recorría las calles hasta que llegasen las horas ambiguas en las que se mezclan borrachos y madrugadores. Por esas calles vió desfilar a la Melancolía y a la Soledad, allí se cruzó con Princesas, Barbies y Marías de Magdala; esas calles fueron la notaría donde validar un pacto entre caballeros. Siempre se dejó iluminar más por la luz de Luna que por los rayos insolentes del Sol, y en sus negras noches, sus noches perdidas y sus 500 noches se cimentaron varias de las historias más grandes jamás cantadas. Como si de un prólogo se tratase, en uno de sus primeros discos nos hizo un ensayo sobre la noche, los bares y sus personajes, tan certero como imperecedero. Pónganse cómodos que les acabo de pedir un Zumo de Neón.
De pronto alguna tarde
te pasan calidad y de repente
los bulevares arden,
la piel recibe un telegrama urgente.
Los bares y los rostros
fascinan un instante, luego mueren,
asómate a mis ojos
si aún no has comprendido lo que quieren.
Estamos asistiendo a una canción rodada en plano secuencia, arrancamos una tarde cualquiera en la que la hora de inicio te la puedes marcar tú, pero la hora final está en el aire. En los primeros versos de la canción ya hemos recibido un par de estímulos, cada cuál que elija su propio sabor. La metáfora de un telegrama urgente llegando a tu piel es tan descriptivo como versátil. Cada uno tiene sus receptores y sus niveles de activación, pero la sensación es la misma, algo o alguien que te saca del ralentí. Ahora es el momento de introducir el tercer término básico del contrato, los bares, como unidades de destino de los viajes sin rumbo. Y esta propiedad conmutativa de calles, noches y bares, no ha variado apenas en 30 años. Incluso cuando el mundo se puso patas arriba, esta fórmula aguantó estoicamente, a pesar de que al Zumo de Neón le quitasen varias vitaminas.
Los cuerpos que me clavan
sus codos y su prisa son de hielo,
la noche se derrama
sin dejarme chupar su caramelo.
Acabo vomitando
en los lavabos de un antro moderno;
un grupo está tocando
rock and roll a las puertas del infierno.
En el siguiente plano ya estamos en el centro de la pista, esa jungla en la que a veces es complicado abrirse paso, sobre todo en aquella normalidad donde los codos se usan para marcar el territorio y no para saludar a la gente. Cuando las noches se alargan, las posibilidades de que se derramen crecen. Y esa metáfora es otra genialidad del flaco, porque ese verbo es adaptable a muchos sujetos, se pueden derramar copas, personas, planes... Sin embargo en este relato, vemos el derrame en primera persona y damos con nuestros huesos en los baños. Otro lugar en el que se podrían reescribir los cuentos de las mil y una noches. Los baños son como el purgatorio del local y de la noche; ahí muchas veces se decide si la noche acaba en redención o en condena, y si la condena será dulce o amarga.
El club del desengaño
de madrugada está superpoblado,
la sombra de un extraño
planeta sobrevuela los tejados.
El grueso de la tropa
se afeita para ir a la oficina,
los jefes van de coca,
los curritos de tinto y aspirinas.
Como si de una ópera se tratase, nos adentramos en su tercer acto. Aquí ya estamos rozando el límite de la noche y el día, y nuevamente Sabina simplemente necesita dos versos mayúsculos para indicarnos esa transición; la sombra del planeta sobre los tejados. Justo cuando el Sol empieza su jornada laboral, los primeros testigos son los tejados, porque sobre ellos se proyectan las primeras tímidas sombras, fruto de esa luz que todavía está al ras del horizonte. Pero a su vez hay otro lugar en el que se puede seguir alargando la nocturnidad, ese club del desengaño que podría ser el nombre honesto para los after hours. Y por último, en los versos que cierran la historia hay una reflexión muy acertada sobre como la noche une a los diferentes estratos de la sociedad pero sin dejar de diferenciarse. Los jefes van al reservado y los curritos hacen cola para entrar. Pero todos ahuyentan la depresión de la misma manera, y cuando dan las luces, todos vuelven a sus vidas serias hasta el próximo brindis con zumo de neón.
Mar donde flotan
piruetas de bufón,
toreros de salón,
amor de garrafón,
dame, dame música idiota
y zumo de neón
contra la depresión,
todos se miran
na-na-nadie se toca.
El estribillo de la canción debería estar cincelado en el suelo de todas las discotecas, pocas veces se ha definido mejor el contexto de esos lugares. Un barrido 360 en el que retrata al tipo de gente que se concentra allí y sus andares. Esas piruetas de bufón valen tanto para el que lleva el ritmo en la sangre como para el que baila de manera ortopédica. La metáfora taurina de los toreros de salón también está muy bien traída, porque eso no deja de ser una mezcla de coso taurino con circo romano. Allí se alternan muletazos con capotazos cuando alguien necesita ayuda o cobertura. Están los que salen a recibir al toro y los que huyen corriendo tras la barrera. Los que salen a hombros y los que acaban revolcados en la arena. También hay un hueco para la crítica de que nadie se toque al bailar, esto al igual que la moda es algo cíclico. Probablemente de los 80 a los 90 con la llegada de la música dance se produjo ese cambio brusco. El siglo XXI le enchufó la electricidad a los ritmos latinos y se cambiaron las tornas de nuevo. El año 2020 desterró el acercamiento social por completo, pero eso es otro tema.
Luego está la referencia a la música idiota, otro concepto que no desfallece. Esa música que nadie reconoce escuchar en su casa, pero que a todo el mundo le hace un click en el cerebro cuando se encuentra en ese lugar. Y por último, ese líquido elemento que da título al tema, el "zumo de neón" contra la depresión. Y es que muchas veces la mejor terapia es dejar a tu mente navegar a la deriva de este mar, nunca sabes en qué islote te puedes refugiar o a qué naúfrago puedes rescatar.