Pongamos que hablo de Madrid fue solamente el comienzo de la historia de Joaquín Sabina con la ciudad de Madrid. Hoy, 15 de Mayo, día de San Isidro es un buen momento para arrancar una ruta Sabinera por la ciudad.
Madrid ha sido el dulce hogar de Joaquín, primero en su piso de Tabernillas y más tarde en la Plaza de Tirso de Molina. Esa plaza es el origen de varios viajes amorosos, uno lo hacía en metro recorriendo las estaciones de Sol y Gran Vía hasta llegar a Tribunal. Y el otro implicaba saltar el charco hasta llegar a Gonzalez Catán.
A los miembros de la banda del Kung Fu te los podías encontrar de camino a Lavapiés o siendo llevados a la Quinta de Carabanchel, a veces solos y a acompañados por sus colegas de Aluche o Entrevías. Esos macarras de los años 80, embutidos en un ceñido pantalón, cuya historia a veces terminaba con un ingreso en ese hospital conocido como “El Piramidón”.
En la ribera del Manzanares nos hemos sentido tan extraños como un pato y al mismo tiempo los corazones atléticos se han infartado en más de una ocasión. Hemos comprado suerte en Doña Manolita y nos hemos acurrucado a la sombra de un León, profundamente enamorados de la Señá Cibeles.
Una visita al rastro los domingos puede ser para comprar carricoches de miga de pan o para comprobar como tus viudas malvenden los derechos de amor. En la Glorieta de Atocha puedes conocer a alguien especial cuando aprieta el frío y a la mañana siguiente se puede perder en el trajín de la Gran Vía. Pero si avanzas un poco más y llegas hasta la calle Preciados puede que te encuentres tocando la guitarra a un tal Adán.
Por Vallecas todavía alguien te hablará de Barbie Superestar, en la Avenida de Alberto Alcócer se mantiene el secreto de la doble vida de Doña Inés y Don Antonio y en Concha Espina Guillermina sigue disfrutando de su ático y su Volvo.
Hemos escuchado muchas veces “de Madrid al cielo”. Los Sabineros sabemos que un piso en Atocha no queda tan cerca del cielo, pero que ese mismo cielo se puede pisar en un vuelo regular y que esta ciudad se encuentra a mitad de camino entre el infierno y el cielo.
Somos conscientes de que aquí la vida es un metro a punto de partir y la muerte suele moverse en ambulancias blancas. En Madrid hay infinitos rincones en los que dejarse la vida, no olvidéis que en Antón Martín hay más bares que en toda Noruega y que al pirulí puede subir la imaginación.
Hemos llegado al final de esta ruta y solamente me queda decir que la mejor decisión que puedes tomar es bajarte en Atocha y quedarte en Madrid.
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